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Cuando Haití tuvo 3 repúblicas.

miércoles, 6 de junio de 2012




Recordemos las violentas disensiones sociales y raciales entre Petión (mulato) y Christophe (negro) autoproclamado rey en 1807, en la zona norte, insólito que enrumbó a la república por los derroteros del separatismo
Uno de los males que ha aquejado de manera más acendrada  a la clase política  haitiana desde la independencia hasta hoy, es su incapacidad  de crear consenso  para encauzar el país hacia el futuro, en materia de estabilidad institucional y desarrollo.
Fue y siguió siendo un país dividido. Recordemos las violentas disensiones sociales   y raciales entre Petión (mulato) y Christophe (negro) autoproclamado rey en 1807, en la zona norte, hecho insólito que enrumbó a la joven república por los derroteros del separatismo regional, con además  la creación de la Citadelle Laferriere, donde se recurrió al trabajo obligatorio y a gastos suntuarios, que habrían de empobrecer a Haití.
Decenios después, el revoltoso militar progresista Silvain Salnave, intenta apoderarse  de la región Norte del país; luego de furiosas batallas debe huir a territorio dominicano. El coraje y la popularidad del personaje hacen que éste se perfile como una opción de poder  en un Haití.
Curiosamente Salnave goza en ese momento en  la República Dominicana de una simpatía y apoyo inusitados.
Es su segundo país, aunque años atrás  haya formado parte de las tropas invasoras (campaña del emperador Souluque) que intentaron reintegrar  la joven República dominicana a un Haití deslucido. 
Es lícito pensar que su condición de mulato lo acercó a los dominicanos del Cibao, donde fue calurosamente adoptado. 
En   1867 y de una manera inaudita reagrupa un ejército en Rep. Dominicana,  constituido por combatientes  avezados, con un  contingente dominicano.
 Se  lanza al asalto al poder desde el Cibao hacia  Puerto príncipe.  Llega a la capital vestido como los campesinos cibaeños, con sombrero panamá y la cintura flanqueada de un machete, bajo los vítores delirantes del pueblo.
Es investido como presidente de la república, y es más que evidente, como lo atestigua el historiador haitiano Roger Gaillard, que con su talante de hombre apuesto y elegante, y un coraje sin par, destellaba un aura seductora en las masas haitianas.
Podríamos sustentar que Sylvain Salnave prefigura el militar progresista y autoritario que  el continente acuñará a lo largo de su historia.
 Anteriormente  su gobierno “revolucionario” en Cabo haitiano, organizó colmados populares, donde se podía procurar alimentos a precios subvencionados, y distribuyó tierras.
Para su desgracia, cuando asume la presidencia, se deja dominar por reflejos autocráticos, arresta, humilla  a los opositores y, en cierta manera es responsable de la muerte en presidio del general opositor León Montás.
Desafía al despreciable cónsul de Gran Bretaña, Spencer Saint John, a quien declara enconadamente, persona non grata,  y sin que le tiemble el pulso, lanza  turbas de seguidores a saquear la cámara de diputados.
 Su intransigente autoritarismo disloca rápidamente el estado haitiano. El general Michel Domingue crea en el sur una pintoresca república  bautizada Estado meridional de Haití.
l general  Nissage Saget  alumbra a su vez,  en la región del  Artibonito, otra república de Haití. En 1868  hay tres repúblicas haitianas declaradas, que tendrán una longevidad perturbadora de más de seis meses.
 La producción agrícola se paraliza, y los tres presidentes recurren  al consabido expediente de crear moneda inorgánica, y su corolario, una insoportable inflación. El ideal republicano haitiano una vez más es un pedazo  de papel.
Meses después comienza entonces una de las batallas más cruentas de la historia del Caribe, que ningún historiador se digna en  consignar, tal vez por su carácter  de estigma vergonzoso.
Los tres presidentes se enfrentarán despiadadamente por el control  de la capital, espacio simbólico del poder, que albergaba un erario público exangüe. En Puerto príncipe se inicia una guerrilla urbana contra el ejército “regular” de Salnave.
De manera sorprendente Salnave envía mujeres a las primeras líneas de las callejas de la capital a distraer con improperios a los “cacos” de Domingue y Saget, para contraatacar con su retaguardia.
La clase media se une de manera unánime a los insurrectos, pues sus miembros consideran al presidente  como un déspota y, más aún el representante de la plebe urbana y rural.
Barrios enteros son devastados a cañonazos bajo las intrigas   cómplices del Cónsul de Inglaterra, Sir Spencer Saint-John, quien  recurre a la Royal Navy y tiene la osadía de ir al palacio a “aconsejarle” al presidente asediado de cesar  la resistencia y dimitir.

Fuente El nacional.
Publicado Por Cañon Taveraz.

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